Y es que cuando el alma está herida no sabemos
cual es el camino a tomar.
Se nos aprisiona el pecho y sentimos que nos ahoga.
miramos todo y no vemos nada.
Nos entra el desespero por tomar el camino tal vez
menos conveniente, pero el que mas alivia.
Nuestro cuerpo reposa en un asiento, desmadejado
sin sentido, nuestros codos se apoyan en los muslos
de nuestras piernas y el rostro se hunde entre las manos.
Sentimos esa soledad infinita en medio de compañía,
la soledad que nos habla y reprocha.
El nudo en la garganta aprieta, mas ni siquiera saliva
pasa por tanto dolor, las lágrimas mojando internamente
nuestro cuerpo, recorriendo cada fibra buscando salida
hasta llegar al punto.
Allí es donde te das cuenta que no las debes dejar salir,
pero tu rostro sigue aprisiono en tus manos.
No, no puedes llorar por que no se vale llorar...
Y la herida...sigue sangrando...
Sonicha (d.r.a)